Por qué no creer, por qué limitar a veces nuestras ideas o incluso las de los demás por el simple hecho de haber dejado atrás el niño que un día fuimos. Habría que ilusionarnos más y preocuparnos menos.
La realidad y la noción que nosotros tenemos de ella es algo muy relativo. En algún momento de nuestras vidas todos alcanzamos esa madurez de la razón que nos hace abandonar poco a poco los razonamientos infantiles, el ingenio que suele caracterizar a los niños, el mundo generalmente sin preocupaciones que muchas veces se echa de menos.
Todos llegamos a ese dramático (para unos más que para otros) momento llamado adolescencia en el que todo nuestro alrededor empieza a cambiar, incluidos nosotros mismos: ya no nos hacen ilusión las mismas cosas que antes, tenemos que empezar a asumir responsabilidades, cumplir obligaciones y aprender a enfrentar los problemas de un día a día en el que tenemos que aprender a ser independientes. Es entonces cuando nos damos cuenta de que no todo es como querríamos que fuese, nos damos chocazos contra la pared y vamos poco a poco aprendiendo a movernos en el llamado "mundo adulto".
Y yo me pregunto, ¿y qué? Conservar algo que éramos antes de entender el significado de compromiso o responsabilidad no está de más, incluso creo que es necesario cuando está visto y comprobado que es precisamente la noción adulta de la realidad la que puede llegar a limitarnos sobremanera (sobre todo en cuestiones de imaginación o creatividad).
"El que no cree en la magia nunca la encontrará" dijo el escritor estadounidense Roald Dahl, yo suscribo sus palabras.
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