No sé por qué, cada vez que veo algo abandonado me quedo pasmada mirándolo. Ya puede ser una casa, un coche, una bicicleta o cualquier casete con la cinta magnética desperdigada a un lado y la lista de canciones a otro. Es como si de repente empezase a recomponer mentalmente esos objetos o lugares, como si echase la vista atrás para imaginarlos en pleno uso, imaginar las historias que hay detrás, los motivos para que, sean lo que sean, hayan quedado en el puro olvido.
Cierto día conseguí encontrar un fotógrafo que plasma perfectamente esta sensación en uno de sus muchos trabajos: Pol Viladoms. En su serie "The Beauty of Abandoned" dirige su atención y su objetivo hacia un parque acuático abandonado (entre otros lugares) y lo cierto es que consigue unos resultados bastante llamativos que, como poco, hacen resonar los ecos de las risas de los niños que un día jugaron en esos toboganes. Juzgad vosotros mismos:
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